El 28 de febrero de 2013 el mundo miraba hacia el Vaticano consternado. A las ocho de la tarde, como había sido anunciado días antes, Benedicto XVI dejó de ser Papa. Por primera vez en casi seis siglos, un Pontífice renunciaba al trono de San Pedro por voluntad propia. La imagen del helicóptero blanco elevándose desde el Vaticano, con Joseph Ratzinger a bordo, rumbo a Castel Gandolfo, marcó el fin de una era y dejó una estela de preguntas e incertidumbre.
Aquella tarde, la Plaza de San Pedro estaba abarrotada. Peregrinos, fieles y curiosos querían ser testigos de un evento que no tenía precedentes en la historia moderna de la Iglesia. Desde su última audiencia, el Papa había hablado con serenidad, agradeciendo a los fieles, asegurando que no abandonaba la cruz, sino que la seguiría llevando de otra manera. Aún así, la sensación de despedida flotaba en el aire.
Soy un simple peregrino que inicia su última etapa en esta tierra Benedicto XVIBenedicto XVI había anunciado su renuncia el 11 de febrero, en latín, ante un grupo de cardenales. La noticia cayó como un rayo en la curia romana y en el mundo entero. Algunos lo vieron como un acto de valentía, otros lo interpretaron como una rendición. Su papado, iniciado en 2005 tras la muerte de Juan Pablo II, había estado marcado por grandes retos: escándalos de abusos, filtraciones de documentos confidenciales, conflictos dentro y fuera de la Iglesia. Cuando explicó que su decisión se debía a la falta de fuerzas para seguir adelante, la sorpresa fue mayúscula. Un Papa no renunciaba, o al menos, eso se creía.
«Nunca me he sentido solo»
Se dice que Benedicto XVI no fue un hombre especialmente comunicativo. Su carácter reservado y su inclinación a una profunda vida interior le dieron una imagen de cierta distancia, especialmente cuando se comparaba con otros papas más cercanos al pueblo. Sin embargo, su última audiencia general, celebrada el 27 de febrero de 2013, fue un mensaje de una humildad, sencillez y franqueza que conmovió a muchos.Sin adornos ni ceremonias, habló directamente al corazón de los presentes, quienes lo recibieron con un cariño palpable. «Un Papa no guía él solo la barca de Pedro, aunque sea esta su principal responsabilidad. Yo nunca me he sentido solo al llevar la alegría y el peso del ministerio petrino; el Señor me ha puesto cerca a muchas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han estado cerca de mí», expresó.
Tampoco ocultó los momentos difíciles. «El Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas se agitaban y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir», reconoció con una profunda serenidad y sin titubeos. Pero Ratzinger siempre supo que en esa barca «estaba el Señor», al igual que era consciente de que la Iglesia «no es mía, no es nuestra, sino que es suya». Por eso, a pesar de su renuncia, su misión no terminó. «No me retiro de la cruz, sino para servir de otra manera».
¿Se abría la puerta a futuras renuncias papales?
De las imágenes que quedaron grabadas en la retina de miles de personas, fue la de un tranquilo atardecer en Roma atravesado por un helicóptero que llevaba al Papa a su nueva residencia temporal, mientras cientos de personas, desde las azoteas, se despedían de él y se oía de fondo el repicar de las campanas de todas las iglesias de la Ciudad Eterna.Al aterrizar en Castel Gandolfo, fue recibido con aplausos. Desde el balcón de la residencia papal pronunció sus últimas palabras públicas como Papa: «Soy simplemente un peregrino que inicia la última etapa de su peregrinaje en esta tierra». A las ocho en punto, la Guardia Suiza cerró las puertas de Castel Gandolfo y se retiró. Ya no había un Papa que custodiar. En ese instante, Benedicto XVI pasó a ser «Papa Emérito», una figura sin antecedentes claros en la historia de la Iglesia.
Lo que vino después fue un periodo de especulación y debate. ¿Se abría la puerta a futuras renuncias papales? ¿Cómo convivirían dos Papas en el Vaticano? Sin embargo, Ratzinger cumplió su promesa de mantenerse en la sombra. Algunos culparon a los escándalos de corrupción en el Vaticano, otros a una conjura de intereses ocultos. Pero Ratzinger, con su voz apagada por el paso del tiempo, lo dejó claro en sus últimos años: su renuncia fue una decisión libre y plenamente consciente.
Una de sus últimas cartas, escrita en 2022 antes de morir, es el reflejo de un hombre que nunca temió la verdad. Se sabía cercano al juicio definitivo, pero no con angustia, sino con la confianza de quien ve en Dios no solo a un juez, sino a un amigo. Con la serenidad del que comprende su misión cumplida, Benedicto XVI dejó al mundo un testimonio silencioso, pero imponente: el de un hombre que, tras ocupar la cátedra de Pedro, supo retirarse con humildad, dejando que la historia hablara por él.
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