El 15 de diciembre, tercer domingo de Adviento, celebramos el Domingo Gaudete o de la Alegría, cuya liturgia comienza con una invitación clara: “estad alegres”. En esta fecha se permite la vestimenta color rosa como signo de gozo, y la Iglesia invita a los fieles a alegrarse porque ya está cerca el Señor.
En la Corona de Adviento se enciende la tercera vela, que suele ser también rosada. Hay dos domingos en el año litúrgico en los que se puede usar el color rosa en la vestimenta del sacerdote: el tercer domingo de Adviento o Gaudete y el cuarto domingo de Cuaresma o Laetare. Y con ellos se recuerda que ya está próxima la alegría de la Navidad o de la Pascua, respectivamente.
¡Estad siempre alegres!
¡Estad siempre alegres!
En el tercer domingo de preparación para celebrar la Natividad del Señor, la Iglesia se despierta con un grito de alegría por la cercanía de la fiesta: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres»
«Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres». «Esta frase de san Pablo marcaba la antigua liturgia, y también la reformada, con un espíritu de regocijo. Estad alegres porque viene el Señor, porque pronto vamos a recordar cómo vino por primera vez… Pero estad alegres… ¡siempre!», explica Emilio López Navas, profesor de Sagrada Escritura en los centros de formación diocesanos.
«Esta alegría no es evasión de la realidad, no es escape a un mundo de ilusión en el que no existen los problemas. La felicidad que la Navidad nos trae viene envuelta en pañales; la alegría que estas fiestas nos anuncian acampa en el portal y no en el palacio. Aún entre los mayores problemas, en las situaciones más complicadas quien espera que se cumpla la promesa divina encuentra una razón para ser feliz. Hablamos, o mejor dicho, celebramos una alegría profunda, radical: celebramos la alegría, anticipación de la eterna acción de gracias que tendremos en el cielo. Allí, entonces, Dios mismo “les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor"», añade Emilio.
¿Y la tristeza?
«Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres». «Esta frase de san Pablo marcaba la antigua liturgia, y también la reformada, con un espíritu de regocijo. Estad alegres porque viene el Señor, porque pronto vamos a recordar cómo vino por primera vez… Pero estad alegres… ¡siempre!», explica Emilio López Navas, profesor de Sagrada Escritura en los centros de formación diocesanos.
«Esta alegría no es evasión de la realidad, no es escape a un mundo de ilusión en el que no existen los problemas. La felicidad que la Navidad nos trae viene envuelta en pañales; la alegría que estas fiestas nos anuncian acampa en el portal y no en el palacio. Aún entre los mayores problemas, en las situaciones más complicadas quien espera que se cumpla la promesa divina encuentra una razón para ser feliz. Hablamos, o mejor dicho, celebramos una alegría profunda, radical: celebramos la alegría, anticipación de la eterna acción de gracias que tendremos en el cielo. Allí, entonces, Dios mismo “les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor"», añade Emilio.
¿Y la tristeza?
Hablar de alegría es también hablar de tristeza. Son muchas las personas que no encuentran motivos de alegría en su vida y viven en una profunda tristeza. ¿Cómo diferenciar la tristeza espiritual de la tristeza patológica? El sacerdote jesuita Adrián López, psicólogo clínico especializado en acompañamiento espiritual, visitó recientemente Málaga para impartir las jornadas de formación permanente para el clero y afirma que «al hablar de la tristeza psicológica le podemos poner grados de intensidad y grados cualitativamente distintos hasta llegar a la depresión como enfermedad. Al hablar de tristeza espiritual también le podemos poner intensidades diversas hasta llegar a hablar de desolación espiritual que las hay muy intensas».
En este sentido, «al contrastar la desolación espiritual y la depresión clínica, podemos encontrar que la desolación espiritual tiene relación directa con la ausencia o el alejamiento de Dios en mi vida, no lo siento, no lo veo, no lo experimento cerca de mí y si Él es la vida y la alegría, me quedo triste y apagado. La desolación es disminución de fe, de esperanza, de caridad; repercute en toda la persona: es obscuridad a nivel intelectual, tristeza o agitación a nivel afectivo y pereza o poco ánimo o fuerzas a nivel vomitivo».
Hay que tener en cuenta, según el P. Adrián López, que «en la depresión la persona se ve incapacitada para afrontar su trabajo o estudio y quizás se tiene que quedar varios días en la cama o en su casa… esta conducta no se sigue en la desolación espiritual donde la persona puede afrontar bien sus responsabilidades y tareas aunque esté en desolación».
En este sentido, «al contrastar la desolación espiritual y la depresión clínica, podemos encontrar que la desolación espiritual tiene relación directa con la ausencia o el alejamiento de Dios en mi vida, no lo siento, no lo veo, no lo experimento cerca de mí y si Él es la vida y la alegría, me quedo triste y apagado. La desolación es disminución de fe, de esperanza, de caridad; repercute en toda la persona: es obscuridad a nivel intelectual, tristeza o agitación a nivel afectivo y pereza o poco ánimo o fuerzas a nivel vomitivo».
Hay que tener en cuenta, según el P. Adrián López, que «en la depresión la persona se ve incapacitada para afrontar su trabajo o estudio y quizás se tiene que quedar varios días en la cama o en su casa… esta conducta no se sigue en la desolación espiritual donde la persona puede afrontar bien sus responsabilidades y tareas aunque esté en desolación».
Fuente: Diócesis Málaga