INVITACIÓN:
El Seminario mayor Nuestra Señora de Quilca, una vez mas, te hace la Invitación para el próximo Encuentro de Jóvenes, que se realizaran los días 24,25 y 26 de Junio.
Si deseas consultar alguna información, puedes comunicarte con ellos a través de sus Redes sociales (FACEBOOK) o su numero de Teléfono: (054) 572420.
VÍDEO DE REFERENCIA:
¿Que es la Jornada Vocacional?
Son un día completo de trabajo en los
que pretendemos acercarnos a los
adolescentes para compartir con ellos
la alegría de nuestra vocación, de hacer
llamados por el dueño de la mies.
Queremos desterrar de sus mentes la
idea de que “ser elegido por Dios” es
feo, aburrido o triste.
Es un gran reto poder hacerles llegar
las Palabras de Jesucristo dado el ambiente
en el que actualmente están
creciendo: infidelidad de los esposos,
falta de compromiso de los adultos,
pobreza extendida y en todos los sentidos,
crisis de valores y de credibilidad
en las instituciones (y entre ellas la
Iglesia).
Hoy más que nunca queremos encontrarnos
con ellos para mostrarles que
el mundo -y esta vida- tienen razón de
ser y que son el ingrediente que se necesita
para que nuestro mundo sea un
lugar abierto a todos y lleno de solidaridad.
¿En qué consiste?
Consiste, aunque no principalmente, en
charlar sobre el estado actual del mundo
las causas de sus problemas y plantear
algunas soluciones.
Mediante el juego, el estudio y la oración
queremos que los Adolescentes adquieran
el sentido de la comunión y la corresponsabilidad.
Queremos hacerles partícipes en
la construcción de un Nuevo Mundo.
Jugamos porque la Vida es para nosotros
un gran motivo de alegría. Y Sólo desde la
alegría es posible sugerir cambios e ideas.
El cambio no lo van a hacer los deprimidos,
ni los angustiados, ni los pesimistas.
Y la Alegría es sobretodo Esperanza y Optimismo.
Estudiamos para que la respuesta a Jesucristo
y si proyecto sea bien pensada y
bien querida. Queremos adolescentes que
no sólo asientan con la cabeza.
Oramos porque, en el camino hacia el
cambio, notamos que somos irresolutos,
torpes y testarudos. Necesitamos de la
ayuda divina.
Introducción
El corazón amoroso de Dios se ve exquisitamente reflejado en las parábolas de la misericordia que san Lucas presenta en el capítulo 15 de su Evangelio, pero hay una, en especial, que nos aproxima a ese Padre que generosamente derrocha su amor para con sus hijos. Conocida popularmente como “El hijo pródigo” (Lc 15, 11-32), esta parábola ha sido ampliamente meditada por grandes maestros de la espiritualidad, así, esta propuesta de jornada vocacional, se apoya en estas reflexiones, queriendo encontrar en ellas, también, los rasgos vocacionales a los que Dios nos llama.
En la riqueza de nuestras individualidades, el Padre nos llama, primero, a ser personas, hechas a su imagen y semejanza (Gn 1,26). Por encima de la creación está el hombre, obra máxima del Creador, en las manos de éste, el Señor ha confiado, incluso, la creación entera (Salmo 8,7). Dios no nos ha hecho en serie, ni nos ha clonado, ha puesto la riqueza de diversos dones y cualidades en cada uno de nosotros para ser compartidos en la comunidad.
Este llamado a ser personas, hombres y mujeres, implica asumir las capacidades de pensar, gracias al don de la inteligencia; de querer y disponerse siempre al bien, gracias a la voluntad; de decidir, siempre lo mejor, pues ha sido dotado de libertad, y sobre todo, de dar, y darse, gracias al amor, así lleva a cabo la razón de su existencia porque “el amor ha sido porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado” (Rm 5,5).
Después nos hace el llamado a la dignidad más grande a la que el hombre puede aspirar: a ser sus hijos. El bautismo es este gran acontecimiento en donde el hombre es colocado en la “casa paterna”, es allí, viviendo en su seno, compartiendo los gozos y las fatigas con la familia humana, en donde se descubre miembro de una comunidad llamada Iglesia. Allí, como si hubiera sido injertado en un gran árbol de vida (Jn 15, 5), la savia vital de su gracia, le permitirá responder a esta dimensión vocacional, la de ser hijo.
San Agustín, en el bien conocido texto de sus confesiones, reflexiona: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti” (Conf. 1, 1,1). Y es que sólo en el Creador el hombre puede encontrar la razón definitiva de su existencia, sólo mirando al cielo, y al Señor, el hombre puede ubicar la grandeza de su origen y lo grandioso de su destino. Ésta es la gran llamada, la verdadera vocación, la primera y la última, la definitiva, llamados a ser, como dirá san Pedro “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pe 2,9).
La historia que leemos en la perícopa narra la realidad de un joven que se sabe hijo, y aunque en la casa del Padre tenía todo, le apuesta a vivir fuera de ella, deja a un lado al Padre que le estorba y le apuesta a un proyecto falaz que termina cuando lo ha dilapidado todo. El muchacho renuncia a lo que es, y se pierde; elige vivir en la individualidad del egoísmo, antes que abrirse a la riqueza de compartir lo que es y lo que tiene en la familia paterna.
Egoísmo, individualismo, rechazo a la alteridad, abandono de la Iglesia, incluso rechazo a la misma familia nuclear, a sus costumbres y tradiciones, son conceptos que hoy día merecen la atención urgente de la Iglesia.
Es hoy el momento de volver a llamar en el nombre de Dios, de recordarle al hombre lo grande de existencia, y su destino, de abrirle, de nueva cuenta, los brazos abiertos de la Iglesia en el nombre del Padre amoroso que siempre está dispuesto a celebrar, con gozo, la llegada de sus hijos a su seno.
La presente Jornada Vocacional está dividida en cuatro momentos o “bloques” que se pueden manejar de muy distintas formas. Proponemos desarrollarlos en un ambiente de interiorización y reflexión, propiciado y preparado a través de signos e indicaciones sencillas y claras. Por ejemplo, se puede elegir entre todos el lugar en el que se llevará a cabo la experiencia. Y se le puede llamar a ese lugar, durante ese momento, “lugar sagrado”. Aunque se trate de un lugar habitual o como cualquier otro, se les explica que ese lugar es “sagrado” sencillamente porque es el lugar que eligieron para encontrarse con Dios. Pueden poner al centro de ese lugar todos sus paliacates extendidos, de tal forma que representen una especie de “altar primitivo” que simbolice la marca de su “lugar sagrado”, su lugar de encuentro con Dios. Y extendidos los paliacates como señal de apertura a Dios, a lo que tiene que decirnos. Al final cada uno recogerá su paliacate como recogerá los frutos de su reflexión, y los llevará consigo envueltos en su mente y su corazón.
Catequesis vocacional.
Quizá algunos se pregunten qué tiene que ver la realidad del hijo menor con el llamado vocacional. Todo. Si decimos que la vocación es un don de Dios, necesariamente tendrá que ver con el don primero y fundamental que hemos recibido de Él a través de nuestros padres: la vida.
En efecto, ninguno de nosotros ha creado su vida. Fueron nuestros padres quienes tomaron la decisión de engendrarnos. El dato más fundamental de nuestra existencia es que somos “regalos”. Aquello que hace que nuestra vida merezca la pena (nuestra familia, amigos, el amor, etc.) también es un regalo, porque nos viene de fuera, no lo creamos ni lo provocamos nosotros.
Pero si miramos con atención al solo hecho de vivir y al inmenso valor y perfección de esa vida, tendremos que reconocer que hemos sido gratuitamente amados. Detrás del regalo de la existencia se adivina una presencia amorosa, una predilección. Mi vida es tal que adquiero la seguridad de haber sido amado, por las personas que me rodean pero sobretodo por Dios autor de la vida.
Si entendemos que nuestra vida es don y se funda en el amor, también se comprende que somos seres llamados, convocados, con vocación. No hemos sido “regalados” al mundo para nada, sino para hacer algo importante. Si nuestra vida es don, solamente encontrará sentido y plenitud dándose. La vocación consiste precisamente en darse, en entregarse sin esperar nada a cambio.
Ahora bien, hay muchas formas de darse. Pero, en este momento, lo importante es que nos hagamos conscientes de que el primer llamado que recibimos a vivir, a ser personas, tiene un contenido fundamental que consiste en aprender a amar, y consecuentemente servir y entregarse a los hermanos. Se entiende así que afirmemos que todo el mundo no sólo tiene vocación, sino que también es capaz de vivir vocacionalmente, aunque no lo sepa.
Estamos llamados, por tanto, a ser personas en plenitud. El camino para responder a esta llamada consiste en entregarse a los demás. Cualquier vocación tiene como fundamento e identidad el servicio. Esta noticia nos advierte que no se puede seguir a Cristo, cualquiera que sea nuestra vocación concreta, sin preocuparnos por ser personas auténticas y maduras. Seguramente que en nuestra vida descubrimos fallas, incoherencias entre lo que pensamos y lo que hacemos, deficiencias, etc. Para vivir vocacionalmente hay que proponérselo y determinarse a hacerlo con muchas ganas, poniendo lo mejor de nosotros mismos en semejante empeño. Así, reconociendo nuestro ser-persona podremos aceptar a los demás con sus diferencias de tal forma que podemos complementarnos con los dones que Dios ha puesto en cada uno de los miembros de nuestra comunidad (familia, escuela, trabajo, oficina, etc.).
Se trata de formular compromisos sencillos que te conduzcan hacia la consecución de objetivos que te marcas tratando de responder a la voluntad de Dios para tu vida. La dimensión humana es la base sobre la que se asienta todo el proyecto de la persona, y tiene mucho que ver con este llamado a la vida que Dios nos hace. Si no somos personas maduras, que desarrollan todas sus capacidades y cualidades, difícilmente podemos responder al llamado de Dios.