sábado, 18 de abril de 2020

La Columna | Amar a Dios sobre todas las cosas

Cuántas veces habré sido el personaje bíblico de Marta, y llenando el día de mil cosas, llega la noche y caigo en la cuenta de que no he reservado ni un rato para el Señor.
En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. En cambio, Marta estaba atareada con todo el servicio de la casa; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me ayude». Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no se la quitarán.
LC 10, 38-42
Marta nos puede recordar a cuando estamos apurados, angustiados, con mil asuntos en la cabeza y casi sin tiempo para nada, preocupados por lo inmediato, por el aquí y el ahora, por lo material, sin dejar un espacio a tener una mirada de belleza, sobrenatural, con un horizonte. 

Sin embargo, esta escena nos puede llevar a una interpretación que oponga las dos actitudes. Entonces, ¿el Señor nos habla de dos tipos de vida: uno dedicado a la actividad y el otro a la escucha de la palabra, donde uno es “mejor” que el otro?

Más bien, nos está mostrando dos dimensiones que forman parte de la vida de toda persona, y nos enseña cuál debe ser el fundamento sobre el que se tiene que construir nuestra vida para que no nos des-centremos, para que no caigamos en el agobio del hacer por hacer. Y este fundamento es Jesús, es la fe. 
Trabajemos, y trabajemos mucho y bien, sin olvidar que nuestra mejor arma es la oración. Por eso, no me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo, que procuran convertir su trabajo en oración.
SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, CAMINO, N. 89
San Josemaría nos invita a vivir de una determinada forma, que es la que nos dará la felicidad: poner primero a Dios, después a los demás y por último a nosotros mismos.

Poner a Dios en el centro de nuestra vida, que nuestro primer pensamiento por la mañana y nuestro último pensamiento por la noche sean para Dios y para la Santísima Virgen. Ya nos lo dice Jesús en el primer mandamiento: “amar a Dios sobre todas las cosas”. Si esto sucede verdaderamente en nuestra vida, por mucho que tengamos que trabajar y hacer mil cosas, sabemos que nuestro descanso está en Jesús y es Él (y solo Él) el que nos da la fortaleza que necesitamos.

No se trata de elegir ser Marta o ser María, sino que, estando tan atareadas como Marta, pongamos en el centro de nuestra vida a Dios, y saber que nos espera en todos nuestros quehaceres. Es el amigo invisible que siempre nos acompañará. Así encontraremos la belleza de la vida.


La Virgen María es la mujer de la unidad, “nos ha dado perfecto ejemplo de cómo se pueden unir la comunión con el Padre y una vida intensamente activa” (San Juan Pablo II).

Si no sabemos cómo llevar a la vez una vida de trabajo, y en este aspecto mundana porque no nos queda otra, pero a la vez espiritual, sin dejar de saber que somos peregrinos de camino al Cielo, miremos el ejemplo de la Madre de Dios. Una vida piadosa, de silencio y oración, una vida de entrega, de confianza plena en los caminos de Dios, aprendiendo de su Hijo. En resumen: una vida mirando hacia la Belleza. 

El Papa Benedicto XVI nos asegura que el amor a Dios y al prójimo son inseparables, y “la misma Persona de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor de Dios y del prójimo, como dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal”.

Jesús nos quiere activos, quiere que seamos de provecho en nuestro tiempo en la tierra y que sembremos su palabra. Nuestro trabajo, nuestros estudios, que son fruto de nuestra vocación, quiere Jesús que los hagamos lo mejor posible porque de esta forma cuenta con nosotros para transformar el mundo.

No te angusties por pensar si eres Marta o eres María: vive siendo las dos. Pídele a la Virgen María que te ayude.

Escrito por Beatriz Azañedo